Sentado en una tarde entre grillos,
hormigas y hojas secas
me encontré frente a un árbol por
disecarse, desconocido llegué a él
y al tocarlo sentí mi corazón menonita,
viejo, desorientado.
Me senté a un lado de un pedazo de
corteza, al fondo había un mar profundo
olía a belleza, olía a piel recién
rasgada
el mar me llamaba, me hablaba del árbol
del que mi espalda ocupaba el apoyo
susurró en silencio y habló de un
sendero que aun tenía mi destino
de una brecha que aun tenía mi corazón
que con un machete o una oz
desentrañara ese misterio.
Un escarabajo pasó sin rodearme, una
luz cayó sobre mi cara
y llovieron cenizas de un amor apagado
la luz que se hizo dentro del ojo habló
de tormentas y de vientos
apuñé la mirada y desconocido vi una
vereda marginal, un lote baldío
parecía mi corazón, caminé dos pasos,
vi escrita en un pedazo de cartón viejo
y desteñido la palabra amor
estaba tan deteriorado que apenas al
tomarlo cayó hecho pedazos.
Un lemur bajó de un árbol y dijo con
palabras que la brisa del mar robó
que había un gran misterio en el
corazón castrado, de su ser y esperanza
había una palabra ya vieja para mi y
nueva para otros
que escribiera en un nuevo pedazo de
cartón reciclado
el sentimiento más faltante en años
busqué en la esquina superior derecha del
titubeante corazón
trasladado ahí, sorprendido encontré lo
asimétrico,
protuberante y descalificado nervio.
Aspiré viendo hacia el cielo y me di
cuenta de cosas que no vuelven a regresar
me recosté sobre la corteza del árbol caído
y un buitre llegó con alas extendidas
y dijo; duerme tranquilamente, duerme
hijo,
que el amor encontrará ese camino
ese que tu habías perdido...
RABESH